Gracias a la globalización hoy conocemos productos que hasta hace poco eran impensables en nuestra mesa. Comemos tomates, chirimoyas, aguacates… fuera de temporada y pocas veces nos paramos a pensar cuales son las consecuencias de poder acceder durante todo el año a unos alimentos que hasta hace poco solo podíamos conseguir unos pocos días, cuando estaban en su época de maduración.
Así las cosas, el gasto que supone el importar vegetales y otros productos de otras tierras, el transporte, la gasolina, hace que cada alimento aumente considerablemente de precio desde que lo produce el agricultor hasta que llega a nuestros hogares. Lo mismo ocurre con la carne y con el pescado. Además los pequeños productores han ido desapareciendo y tienen que trabajar para las grandes industrias.
Se crían peces donde nunca ha habido con lo que se rompe el equilibrio natural de ríos y mares.
Hasta hace poco las ciudades estaban rodeadas de huertas y granjas que las abastecían de los productos básicos para el día a día.
Las ciudades han ido creciendo y las huertas se han ido alejando del centro. Además se han ido especializando en productos únicos y no son suficientes para abastecer a toda la población por lo que hay que importar.
Estamos contaminando el paisaje que hemos tardado tanto en crear, rompiendo el orden que hacía que todo pareciera que estaba bien. Ya hay algunos que intentan hacer cosas para evitar el caos, pero todos tenemos que arrimar el hombro.
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